una nueva vida es posible
Aprendí de muy pequeña a desoír mis necesidades. Se imponían las necesidades de mi madre, una mujer inmadura emocionalmente y muy necesitada de atención. Cuando alguien me daba dinero lo guardaba para comprarle regalos a ella. Iba por la calle mirando en los escaparates cosas bonitas para regalarle a ella: bolsos, monederos, perfumes, cremas…yo estaba atenta a sus deseos y pendiente de satisfacerlos. Me abandoné a mí misma, yo no me compraba cosas lindas. Trabajé desde los 16 años, y lo compatibilicé con los estudios. Estudié Magisterio en la Universidad. Iba a clase por las tarde y por las mañanas trabajaba 7 horas diarias.
No permití que mis padres me pagaran los estudios, ni siquiera pregunté si ellos podían o querían pagarlos. Ellos tampoco me hablaron sobre el tema. Yo no pedía nada, quería ser auto suficiente, y no sabía dejarme ayudar. A los 25 años me fui a vivir con mi novio, no teníamos trabajo estable y conocí la precariedad, la humillación de no tener nada que ofrecer a los amigos que nos visitaban. Yo no tenía el más mínimo interés por manejar mis finanzas, me parecía un tema superficial, yo era idealista, y menospreciaba a las personas “materialistas”, que se preocupaban por cuidar o aumentar sus ingresos. Mi novio y yo nos casamos, yo organicé una boda sencilla pero bonita, y me di cuenta de que aun así había muchos gastos. Cuando nació nuestro hijo también presumí de gastar muy poco aceptando mucha ropita y objetos para el bebé de segunda mano. Yo me consideraba una persona austera y anti consumista. No era consciente de que en realidad a mi me daban miedo los números, que no era capaz de planificar gastos, que emocionalmente no era consistente, que era impulsiva y reactiva a la hora de gastar. Al nacer mi hijo empecé a ejercer de profesora y empecé a ganar más dinero. La relación de pareja empezó a hacer aguas, y supe que iba a separarme de mi marido. Cuando mi hijo tenía 5 años y medio, dije a mi marido que no quería seguir siendo su esposa. Con mi sueldo tenía la sensación de que era todopoderosa, que podía vivir sola y salir adelante con mi hijo. En la separación, una abogada de ambos me aconsejó mal y yo acepté todas esas propuestas que le protegían a él y me dejaban a mí con una gran carga económica. No tenía a nadie que me aconsejara bien, estaba sola, y pensé que el dinero estaría milagrosamente ahí siempre que lo necesitara, que yo podía hacerme cargo de todo. No podía sentir mis sentimientos de miedo, soledad y desamparo. Gastaba compulsivamente para no sentir nada, y creerme especial, por encima de los demás. Una vez un hombre me agredió sexualmente, cuando acabó, me duché y me fui a comprar los tejanos y las botas más caras de toda mi vida. Sólo para anestesiar mi dolor. Esas botas me las puse 4 ó 5 veces…A los pocos años de estar separada me había gastado todos mis ahorros, viviendo por encima de mis posibilidades. Yo quería seguir viviendo igual que cuando estaba casada, jamás me senté a hacer números y a conocer mis verdaderos gastos y necesidades.
En la gran superficie, donde compraba la comida, y otras cosas como vasos, toallas, o electrodomésticos, me hicieron una tarjeta, con la cual podía pagar la compra al mes siguiente, con la próxima nómina.
Empecé a vivir así, dejando a deber la compra, tanto si tenía efectivo como si no…me daba la sensación de que así tenía más dinero del que tenía, aunque bien mirado yo normalmente no conocía mi saldo. Empecé a conocer mi saldo al darme cuenta mes tras mes que a los pocos días de cobrar mi sueldo, me quedaba en números rojos, al cargarme el supermercado las compras del mes anterior. Empecé a verme mí misma
como alguien que necesita ayuda económica, y ansiaba que un hombre fuera mi príncipe azul y mis problemas de dinero desaparecieran. Ya no miraba las facturas de la luz y el gas, me daba miedo abrir las cartas del banco. Y cuando miraba, esas cantidades me parecían chino, no sabía lo que querían decir los números, no me atrevía a averiguarlo. Llegué a ir al banco en más de una ocasión, llorando, a dar lástima para que me ayudaran como si fueran una ONG. Por teléfono hablaba mal a las operadores de las compañías cuando me parecía que me habían cobrado demasiado. Estaba muerta de miedo. A los 40 años dormía unas 3 ó 4 horas diarias, la ansiedad y el temor no me dejaban dormir más, pero yo entonces no tenía idea de que la deuda compulsiva era la causa de mi insomnio, tal era mi negación. Asistía a todo tipo de terapias para calmar mi sufrimiento emocional, y cuando no me llegaba el dinero pedía descuentos. Gastaba más de lo que tenía en intentar mejorar mi vida, me endeudaba con todos los terapeutas. No sabía que ese era mi problema. Yo me daba cuenta que me pasaba algo con el dinero, que la prosperidad no se manifestaba en mi vida, creía que era una cuestión de mala suerte. Culpaba a mis padres por no haberme dado seguridad en mí misma, a mi ex por no rescatarme, a los bancos por ladrones, no sabía que yo tenía una enfermedad.
Apareció en mi vida un hombre y me enamoré perdidamente de él, me pareció que él sí me iba a salvar. La relación duró 5 tormentosos años, yo no me podía separar de él aun viendo el daño que me estaba produciendo. Tenía la esperanza de que mágicamente todo se arreglara y yo viviera estable económica y emocionalmente. Eso no iba a pasar, él también estaba enfermo. Cuando por estrés, ansiedad y depresión perdí mi trabajo y me quedé sin nada, él desapareció para siempre. Acepté un trabajo sub-remunerado, con un sueldo que no cubría mis necesidades. Decidí dejar de pagar a la comunidad de vecinos para poder comprar comida y pagar los suministros, adquirí una deuda que me hacía sentir vergüenza ante mis vecinos. Un mes devolví el recibo de teléfono para tener algo de liquidez, y me cortaron el teléfono e internet. Mientras tanto, veía como todas las áreas de mi vida iban cayendo una a una: mi relación con mi hijo se fue deteriorando hasta que se fue de casa con 18 años sin estudios ni trabajo, yo había perdido mi trabajo de maestra, me sentía sola y aislada, cansada, viviendo con el piloto automático, arrastrando los pies…Me acerqué a una nueva iglesia en mi barrio, y encontré una pequeña satisfacción, la esperanza de que tal vez Dios hiciera un milagro, y me devolviera al mundo de los vivos. Yo no podía parar de llorar mientras se cantaban las alabanzas. Por Navidad la gente de la iglesia recaudó dinero para las familias necesitadas, yo fui una de ellas…creía que ya no podía caer más bajo. En enero tampoco tenía dinero para comer, mis amigas me quisieron prestar, y les dije que no podía aceptar más deudas, me regalaron dinero para comida…supe que iba a seguir viva por mi hijo…pero no quería seguir viviendo. Tenía 49 años y pensé que quizás no iba a llegar a los 50….
Un amigo me habló de DA, y me agarré a esa última esperanza como un náufrago al último listón de madera… Entré en mi primera reunión llorando, apenas podía hablar, sentía culpa, vergüenza, depresión y pánico. Dos compañeras veteranas me tendieron su mano, me escucharon, me compartieron sus historias, me identifiqué y pensé: si ellas han podido volver a la vida yo también quiero. Pasaron unos meses en los que seguía llorando en las reuniones, y seguía sintiéndome confusa, muy confusa. Sí, yo era una persona poco materialista, Sí, yo tenía baja autoestima, pero…enferma de deuda compulsiva? No entendía nada, pero me dio igual, y seguí viniendo. Me dijeron que usara las Herramientas y las usé, me dijeron que trabajara los Pasos y los trabajé. Al principio fue muy duro, tuve que ajustarme a la realidad, esforzarme por aumentar ingresos, pedí ayudas al ayuntamiento para personas sin recursos, pero ya no estaba sola, tenía a compañeros y compañeras que me daban la mano.
Poco a poco empecé a sentir la satisfacción de saldar deudas, la claridad de saber cuánto gastaba en cada categoría, el orden de mis registros y la esperanza de mis ahorros. Hoy tengo varios sobres de ahorro para ir cumpliendo mis visiones, algunas ya se van cumpliendo. Hoy planifico mis gastos, pido ayuda a mi madrina y a mis compañeras, cuido mi recuperación como mi tesoro más preciado. Hoy tengo una relación cariñosa y respetuosa con mi hijo. Estoy restaurando mi relación con mi madre. Me estoy perdonando por los errores cometidos por esta enfermedad. Sin DA no soy capaz de vivir, admito mi problema y acepto la ayuda. Se puede vivir con dignidad y serenidad, trabajando este Programa. Hoy tengo un Poder Superior a mí, a quien he conocido gracias a DA y a quien recurro en todo momento. Estoy cambiando, estoy encontrando lo bueno que hay en mí, en mi interior.
Obtengo el apoyo que necesito de mi Poder Superior, y trabajo esta relación a diario para aumentar mi fe en que una vida llena de sentido es posible para mí.